Muchas veces, a lo largo de la sesión inicial, aparece como parte de la demanda de mis clientes, o sintetizan su demanda, en la frase: "yo lo único que quiero es rehacer mi vida".
"La presencia no es un hacer, sino un estado, un puro ser. En este estado percibe uno sencillamente lo que es y el modo en que es. Porque la presencia es pura percepción y, por tanto, una afirmación de la realidad tal como es. Esto suscita en el cliente un movimiento sanador.”
– Peter Bourquin, "El arte de la terapia"
Uno de mis clientes me explicaba cómo le iba con una nueva relación de pareja tras una ruptura anterior, sobre la que había estado trabajando un tiempo:
"La verdad es que estamos muy bien. Nos llevamos bien en el día a día, tenemos aficiones en común que disfrutamos haciendo juntos, cuando estamos en desacuerdo en algo solemos resolverlo antes de que se complique, nos entendemos bien en la cama, vivimos un amor sereno sin altibajos emocionales... A veces pienso que nos va demasiado bien, o que quizás no nos queremos realmente."
“He descubierto que lo único que quiero es que me dejen en paz.”
¿Te lo has planteado alguna vez? Quiero decir, ¿alguna vez has creído que la única solución a tus problemas era alejarse de todo el mundo? ¿No interactuar con nadie? En algunas ocasiones, a mí me ha pasado.
"No quiero llegar a mi vejez y arrepentirme de no haber expresado el amor que siento por las personas que quiero, es un ejercicio de deconstrucción de la identidad que yo misma me he creado."
A veces la vida nos empuja a mostrar lo que somos, o lo que podemos llegar a ser. Quizás no es la vida, sino nosotros mismos que ya no podemos hacer como el gato de la foto en el cementerio de Montmartre, cerrar los ojos y dejarnos arrullar por el silencio que nos rodea, adormecidos, esperando que ningún sobresalto nos haga salir del letargo, pese a que de un modo u otro la vida sigue a nuestro alrededor.